Jennifer del Toro: una vida dedicada al activismo y la justicia social


Desde temprana edad, Jennifer del Toro sintió inquietud por las injusticias y desigualdades que marcaban la sociedad samaria. Su vocación por la lucha social no surgió de la nada: es hija de una sindicalista y nieta de un dirigente laboral que entregó su vida al movimiento sindical en Colombia.
Crecer en un entorno donde la organización y la resistencia eran valores fundamentales marcó su camino. “Desde ese aprendizaje muy temprano, me di cuenta de que, si queremos lograr transformaciones y cambios sustanciales en la sociedad, tenemos que involucrarnos”, afirma con convicción.
Su compromiso la llevó a convertirse en activista ambiental y a consolidar organizaciones sociales. Desde su participación en la veeduría ciudadana Taganga Despierta hasta la fundación del Frente Amplio de Mujeres, su voz ha sido un estandarte en la defensa de los derechos humanos. Su enfoque ha estado en los sectores más vulnerables, como San Martín y Villa Tabla, donde ha trabajado incansablemente en el fortalecimiento comunitario.
Infancia: la semilla de la justicia
Los recuerdos de su niñez están marcados por experiencias que sembraron en ella una profunda sensibilidad social. Recuerda cómo, a los 12 o 13 años, caminaba por el puente de La Araña y veía a personas en situación de calle, abandonadas a su suerte.
“Eran imágenes que me llenaban de enojo y me hacían pensar que alguien debía ser responsable de resolver esos problemas”, confiesa. Esos momentos definieron su inclinación por trabajar en favor de los más indefensos.
De estudiante a la acción social
Jennifer combinó su vocación social con su formación académica. Se graduó como psicóloga en la Universidad del Magdalena y obtuvo una beca para realizar un posgrado en Psicología Social en el extranjero.
Su paso por la academia no solo le proporcionó herramientas teóricas, sino que reforzó su determinación de aplicar esos conocimientos en beneficio de su comunidad.
“Combinar el amor por la sociedad con una disciplina académica y científica me ha permitido consolidar una trayectoria al servicio de los samarios”, expresa.
Desde la teoría y la práctica, ha trabajado en la construcción de paz con un enfoque multidimensional. Como Alta Consejera para la Paz y el Posconflicto del Distrito de Santa Marta, ha sido clave en la articulación de las demandas comunitarias con las políticas nacionales.
Primeros pasos en el activismo
Iniciar en el activismo no fue fácil. Desde los 16 años, al ingresar a la Universidad del Magdalena, se involucró en movimientos estudiantiles como el Movimiento Universitario Democrático y la Alianza Universitaria Democrática.
“Eran tiempos violentos para la ciudad, pero junto a otros jóvenes entendimos las problemáticas y la necesidad de organizarnos”, recuerda.
Luego participó en movilizaciones del Primero de Mayo y en manifestaciones masivas en 2014 y 2015, cuando se discutía el proceso de paz con la guerrilla de las FARC. En ese momento, fue vocera del movimiento Sí, Magdalena por la Paz.
“Ese fogueo con las masas, esa emoción de hablar ante miles de personas y persuadir con ideas, te llena de carácter. Pero también es peligroso”, asegura.
Desplazada y marcada por la violencia
Ser activista le ha significado enfrentar amenazas e incluso verse obligada a dejar la ciudad.
“He sido desplazada dos veces de Santa Marta y amenazada muchas más por mi activismo y liderazgo”, relata Jennifer. “He perdido compañeros y compañeras de lucha social, amigos asesinados por grupos violentos que operan aquí. Por eso, una de mis causas de vida es que esos grupos dejen de existir”, añade.
Señala que, en Colombia, ser activista es un riesgo, y para las mujeres líderes, el peligro es aún mayor.
“El sistema está diseñado para que las mujeres ocupen roles domésticos y familiares. Cuando una mujer rompe ese mandato, incomoda. Y cuando incomoda, es amenazada o asesinada”, manifiesta.
Trabajo por las mujeres
Jennifer ha trabajado de cerca con víctimas de violencia de género, incluyendo madres que han perdido a sus hijas por feminicidios.
“En Santa Marta tenemos casos de bebés de apenas dos meses que han sido violentadas por familiares. El 80% de las víctimas de delitos sexuales son niñas menores de 14 años”, denuncia.
Del Toro recuerda a Maritza Quiroz, asesinada en 2019 mientras lideraba procesos de restitución de tierras; a Rita Rubiela Bayona, asesinada en 2020 por denunciar el microtráfico en su comunidad; y a Christina Cantillo, líder trans asesinada en 2021 por visibilizar la violencia contra mujeres trans y trabajadoras sexuales.
“Ellas fueron silenciadas. Pero yo decidí no vivir con miedo. Si queremos ver un cambio en la sociedad, tenemos que armarnos de coraje. Y ese coraje no es temeridad: es compromiso y disciplina”, afirma.
Además, resalta que su trabajo en la defensa de las mujeres no se detiene en la denuncia, sino que ha impulsado la creación de redes de apoyo, programas de atención psicológica y campañas de prevención en colegios y comunidades vulnerables.
El respaldo de su familia y su rol como madre
Jennifer proviene de una familia de mujeres fuertes. “Ellas comprendieron que esto no era un pasatiempo para mí, sino una decisión de vida”, comenta.
A pesar del miedo y las amenazas, su familia la ha apoyado.
“Claro que a veces tienen miedo, se preocupan, se asustan cuando me han amenazado. Me han pedido que me vaya del país, que baje el perfil, pero también me han dicho: ‘Si es lo que tú quieres hacer y es tu causa de vida, te apoyamos’”.
Más allá de sus compromisos, Jennifer también es madre, un rol que la ha fortalecido.
“Me ha dado una perspectiva diferente de la vida. Entiendo lo que significa proteger, cuidar y brindar un futuro mejor”, dice con emoción.
Aunque ha tenido que enfrentar la disyuntiva entre su activismo y la seguridad de sus hijos, ellos siempre han sido comprensivos.
"Creo que mis niños, mi hija y mi hijo, han sido muy generosos conmigo. Han tenido la grandeza de entender a qué me dedico y por qué tomo decisiones que, en ocasiones, han significado dejarlos solos. Cuando he debido desplazarme de Santa Marta, ellos han quedado al cuidado de mi familia y han enfrentado la incertidumbre de saber que su madre está en peligro. He tratado de explicarles con amor, pero también apelando a su inteligencia y comprensión, que esta es mi vocación y mi propósito de vida. Que ellos lo hayan entendido ha sido clave para que pueda mantenerme en este camino a lo largo de los años", asegura Del Toro.
Liderazgo en la paz total
Jennifer, ahora desde la institucionalidad, ha demostrado que la paz no es solo la ausencia de guerra, sino también la garantía de derechos, el acceso a oportunidades y la construcción de sociedades justas. En su papel como Alta Consejera, ha sido clave en los diálogos con las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada (ACSN), buscando que los acuerdos de paz sean inclusivos y sostenibles.
Su trabajo prioriza el ordenamiento territorial participativo, el impulso a economías lícitas y la atención a las víctimas.
Para Jennifer, la paz en Santa Marta y la Sierra Nevada no es una utopía, sino un objetivo alcanzable con voluntad política y participación ciudadana. “Queremos que la Sierra Nevada sea un símbolo de resiliencia y esperanza, no de disputa armada”, sostiene.
Hoy, su trabajo es reconocido más allá de Santa Marta. Su capacidad para articular actores y movilizar recursos la ha convertido en un referente en la construcción de paz territorial. Pero para ella, el verdadero reconocimiento radica en el impacto de su labor en las comunidades: en cada mujer que recupera su dignidad, en cada joven que encuentra una oportunidad y en cada víctima que ve una luz de justicia.
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